El beso

Los besos deberían estar prohibidos. Son el fin del amor. No el fin como objetivo o meta, sino en su acepción negativa: muerte, holocausto, ragnarok, apocalipsis, hecatombe. Cuando unos labios se juntan a otros, no se besan sino que se marcan con una fecha de caducidad. Tras el beso desaparecen las hermosas dudas de ser correspondido o no. Ese inocente convencimiento de que las palabras que ella dijo no estaban dirigidas al aire, sino en realidad a ti. Cuando la sociedad actual otorga poderes y significados a unos besos no hace otra cosa que inducirnos al autoengaño. El enamorado guiado por esta falsa creencia de que el beso es el culmen del amor lo busca sin saber que, una vez conseguido, comienza la cuenta atrás que le llevará a perder lo que ama.

Siempre he preferido las potencias a los actos. Me gusta la frase “lo que pudo ser”. Me da miedo el “fue, es o será”. La potencia no envejece, nos mantiene jóvenes. Es el deseo de no poseer, de no tener, lo que nos empuja a ser mejores. Deberíamos besar únicamente a aquellas personas que no nos gustan y guardar los potenciales besos y caricias para aquellas que nos marcaron. El beso es una traición a los sentimientos. Si realmente amas, ¿por qué besas? ¿Desconoces que el beso atrae a la muerte?
Quien no esté de acuerdo sobre el peligro del beso, que se acuerde de cómo cierto apóstol traicionó a su más querido amigo.