In Of Africa

Monday, October 30, 2006

Viaje al centro de la tierra ( Henry Levin, 1959)


Apareció de un día para otro. No mayor que un balón de fútbol. No se veía nada y solo el rumor del agua aseguraba que era una alcantarilla. A medida que los días pasaron se hacía más y más ancho aquel agujero. El agua horadaba la tierra arenosa bajo la fina capa de asfalto y éste, carente de apoyo, terminaba por ceder. Cuando alcanzó más de un metro de diámetro, te sentías obligado a parar y contemplar. Un riachuelo subterráneo cruzaba la calle y nosotros sin saberlo. Miras la erosión cada día y te vuelves un experto. Tal montículo no durará mucho. Esas piedras acabarán por ceder. Por un momento te conviertes en testigo de alguna fase geológica de la Tierra. Podrías señalar con el dedo y decirle al chaval de turno, “¿ves eso de allí? Pues es la placa tectónica hindú, pronto aparecerá el Himalaya”. Pero “la morada de los dioses” no tiene tiempo de brotar, el segundo productor de petróleo de África no puede permitir esto. Doce hombres y dos escavadoras. Tardan un solo día. Gran trabajo. Ahora ya no hay un agujero, sino dos y mucho más grandes. Los escombros hacen de presa y mi riachuelo se estanca y verdea. El agua acumula basura y apesta. A veinte metros está el colegio, a veinte y cinco la oficina. Como empiece un brote de cólera tendré que escribir un post con el cartel de alguna película de George A. Romero.

La verdad sobre perros y gatos (Michael Lehmann,1996)


En la Luanda de Kapuzinsky los perros vivían bien y los gatos mal. Treinta años después las cosas han cambiado. Los perros viven mal y los gatos, simplemente, ya no viven. Salvo por Braulio y su novia, que viven en la felicidad del amor, no he visto en mi vida ojos más tristes, pieles más abiertas ni carnes menos magras. Tirados al abandono, estos perros solo se levantan si se acuerdan de que están vivos. No se rascan para sacudirse las pulgas porque tendrían que arrancarse hasta la propia alma. No ladran ni gruñen ni copulan. Vegetan por la noche para amanecer en el mismo sitio cada día. Es como si ya hubiesen elegido dónde quieren ser enterrados y, sin moverse del lugar, divagasen horas y años sobre cuál sería el panegírico más oportuno. Los gatos son más pragmáticos, mueren y punto. En la esquina del mercado, debajo de un coche o flotando en un charco, cualquier sitio les parece bien para diñarla. El pelo mojado y sucio se le pega al cuerpo para imitar a una liebre. Yo, por si acaso, comeré pollo esta semana.

Friday, October 27, 2006

El turista accidental (Lawrence Kasdan, 1988)

¿Somos turistas accidentales? En mi caso, tras la pérdida de la maleta, soy más bien un turista accidentado. Y me reservo el privilegio de llamarme turista y no simple currante aquí, en Luanda. La condición de turista no depende de dónde o cuánto tiempo estés, sino de la mentalidad con la que viajes. William Hurt escribe guías de viajes para personas que viajan pero que no quieren ser turistas. Y es una decisión que respeto de pleno pero discrepo de plano. En la película de Kasdam, Hurt tiene razones para no maravillarse al viajar. Es un padre que pierde a su hijo y se refugia en el no sentir, en congelar su capacidad de ser conmovido y afectado, para evadirse del dolor. A esto hay que añadir que su mujer, K. Turner, le abandona (cosa que es de agradecer viendo como ha acabado esta mujer). Y nosotros, ¿podemos evadirnos de nuestras obligaciones?¿De no mirar asombrado los pollos y gallinas en mitad de urbes de 4 millones de habitantes?¿De no atender a una misa que se celebra con una barbacoa junto al altar? Me temo que algún día, ya viejo y caduco, no levante la vista por nada. Ni por nadie.

Thursday, October 26, 2006

Tener o no tener (Howard Hawks, 1944)




"If you need me, just whistle. You know how to whistle, don't you? You just put your lips together and blow ... ". Humprey agarra los suaves hombros de Lauren Bacall y la besa. Hacer sencillo lo complicado. Ése es el secreto de Bogart. No perder la calma y tampoco asumir que se tiene todas las de perder. La esperanza de que tras un simple silbido se escondan los labios de un mamífero como Bacall puede hacernos olvidar esta cruda realidad.
¿Qué haría Philip Marlowe si estuviese aquí en Angola? Sudaría. Se quitaría la chaqueta, puede que doblase las mangas. Sonreiría cuando le intentasen timar y sonreiría cuando se sintiese feliz. Llegaría temprano a la Oficina comercial. Preguntaría por el consejero que por cualquier motivo tardaría en llegar. Murmuraría con la hermosa Luena algo sobre el calor. Ella mordisquearía el lápiz. Marlowe notaría que la chica no parece muy afectada por la desaparición de los nuevos becarios. Es más, empieza a darse cuenta que nadie sabe nada de los becarios, aparecieron un día y al siguiente se evaporaron. Al parecer, esto lo apuntará en una pequeña libreta, los chicos procuraron publicar noticias, informes y eso no agradó a alguno de los peces gordos. Llegaron con las ilusiones que solo poseen los tontos y los novatos. Mal asunto, masculla, eso de ignorar las normas que rigen la vida y la muerte.

Friday, October 20, 2006

El año que vivimos peligrosamente (Peter Weir, 1982)


Yo no era Mel Gibson y él, obviamente, no era Sigourney Weaver. Tampoco fue un año el periodo de tiempo en que vivimos peligrosamente. Fueron apenas veinte minutos pero colmaron mis límites. Acabábamos de llegar del aeropuerto. Cansados por horas de vuelo y ojos abiertos. Y no había agua. Ni botellas, ni jarras. La casa era un desierto. Los grifos perfectos pero nosotros obsesionados con el agua embotellada. De esta manera decidimos salir en pos de una fuente (bar donde vendan botellas). Eran las 10 de la noche, oscuro como alma de pecador y una tierra destrozada en la contienda. Todo parece amenazador, hiriente cuando te guía el desconocimiento. Se acerca gente para mirarnos. Unos hablan pero no sé si a nosotros. Se acercan hombres sin una pierna y con muletas que eran ramas. El sudor brota de cada poro.
Pero allí está él. Horacio Almeida, nombre que él pronuncia dándole énfasis a cada "a". En sus ojos la malaria, en su aliento algo de alcohol y en la cabeza una misión. Llevarnos hasta un bar. Te sientes seguro por alguna razón. Horacio no es un pobre más que pida, es "nuestro pobre". Nosotros somos "sus ricos". Los aparta a manotazos en el aire y con un No No No que es diferente a nuestro No No No, y mucho más eficaz. Llegamos a un local y las camareras nos sonrién (una muy guapa por cierto). Mientras pedimos 15 botellas pequeñas, el dueño del bar intenta echar al señor Almeida. Me llega el turno se salvarle a él. Le digo que viene con nosotros, que es nuestro amigo. Sí, repite con orgullo, Eu vou com eles. Volvemos todos contentos a casa. Hemos vivido peligrosamente 17 minutos. Dejamos a Horacio en el portal con una cerveza que compramos para agradecerle su ayuda. Somos amigos para siempre. Nos damos apretones de manos. A la mañana siguiente nos lo encontramos de nuevo. Ya está borracho. No nos reconoce.

La costa de los mosquitos (Peter Weir, 1986)


Harrison Ford decide dejar atrás el mundanal ruido para comenzar una aventura en busca de su utopía. Harri no es muy brillante, ya que el nombre del lugar al que se dirige deja bastante claro con lo que se va a encontrar. Si Angola se hubiese llamado Paraiso Mosquito, es muy probable que me hubiese pensado otras docenas de veces esto de venir. Lo cierto y verdad es que estos estilizados animales pululan por todas partes. Al principio, como a algunas personas, no se les presta atención pero luego, de forma irremediable, no puedes apartar tus sentidos de ellos. ¿"De ellos"? No. Porque nunca se ven, tus ojos no dejan de inspeccionar el vacío, la pared blanca, la cortina recogida. Sabes que están allí. Es casi como una creencia religiosa. Sabes que están allí y condicionas tu vida a ellos pero nunca los ves . Eternos. Tranquilos y sentados en sus piernas peludas. Como las viejas en los pueblos se sientan en la puerta de las casas. El spray antimosquito tiene la misma eficacia que los antiaéreos en la 2ª Guerra Mundial, solo sirven para tranquilizar a la población, porque derribar, solo derriba la capa de ozono. En esta vida todo son cifras. Llevo 13 días, he matado a 6, me han picado 3400. Harri, eres tonto.

Monday, October 02, 2006

Memorias de África (Sydney Pollack,1985)


África posee una generosidad desigual. Mientras que a la melancólica Meryl Streep le regalaba una granja al pie de las colinas de Ngong, a mí, minutos después de conocer mi destino, me dejaba con una beca incierta y una madre llorando. Me mandaban no a África, sino a ÁFRICA, con mayúsculas, al África negra que los marineros del siglo XVI vislumbraban desde la costa y en la seguridad de sus barcos. En los puntos convenidos, las tribus dejaban marfil, tal vez oro, esperando un trueque satisfactorio para ambas partes. Nunca se veían. Jamás dejaron de ser puntos que se movían en la costa o lejanas embarcaciones en el mar.
Angola, repetía mi madre. Yo asentía. Angola, volvía a repetir. Yo volvía asentir. En aquellos instantes, aún incapaz de entender todo lo que implicaba mi recién determinado futuro, aquel país me sonaba irreal. Era el reino de Kutai de Marco Polo o los territorios cristianos del Preste Juan, era una palabra llena de brumas y carente de significado. Mi madre lloraba y en contra de lo que yo creía, no presa del miedo a lo desconocido, sino abatida por el conocimiento inexacto. El hecho de nacer en una ciudad como Badajoz, en la frontera con Portugal, y pasar muchos veranos en Lisboa, hacía que hablar de Angola o Mozambique reviviese en ella las imágenes de los mutilados de la guerra colonial, de brazos de breve recorrido y piernas carentes de final lógico. Todo ha cambiado, manifesté en defensa de un cliente al que no conocía ni apreciaba, la situación ha mejorado desde la época de Salazar, ya no hay guerra civil. Respiré profundo y casi sonreí recordando la letra de una canción de Serrat “juega las cartas que te dio el momento/mañana es solo un adverbio de tiempo”. Ese pensamiento no tenía nada que ver con la situación pero sabía que si recapacitaba sobre ella, acabaría codo con codo con mi madre en combate de plañideras.

De todos los personajes de “Memorias de África” mi preferido es el marido de ella. El granuja orgulloso de sus conquistas y enfermedades venéreas. Robert Reford es ensalzado mediante un final de sombras de biplano sobrevolando acacias y cebras para compensar una personalidad excesivamente llana. Ver en avión África. Creo que su muerte es en parte necesaria para exculpar ese pecado. Es el desconocimiento de las normas de la tierra lo que hace enfurecer a los dioses. Yo no quiero levantar la ira divina y mucho menos la humana. No me enamoraré de Meryl Streep ni pilotaré un biplano. Desconozco lo que será Angola en mi vida. No caeré en el error de darle de salida unos valores o una magnitud que ignoro que posea. En cierto modo me gusta no saber a donde voy. Modificando la cita bíblica: “Que tu pie derecho no sepa donde va el izquierdo”.

O homem é um ponto minúsculo na imensidão na chana. O sol acaba de se erguer e perdeu o tom ensangüentado que guardara por momentos, depois de violar a noite. O homem já deixou atrás de si uma longa extensão do terreno, coberta apenas por capim. A mata, é ainda um tom azulado na distância e ele espera entrar em seus domínios aos primeiros alvores. A chana à sua frente é um mar, um oceano de capim baixo que lhe chega à altura dos joelhos. Mas ele sabe que lá, onde finda a chana haverá árvores e sombra. No fundo da chana há sempre árvores, bem como à direita ou à esquerda ou atrás; a chana é um mar interior, a única incerteza reside no tempo necessário a única incerteza reside no tempo necessário para chegar à praia(Pepetela)